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UNA VIDA DEDICADA A LA NIEVE

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Descubriendo una vocación

Leía un post hace unos pocos días que esta semana pasada se cumplían 49 años de la victoria de Francisco Fernández Ochoa en el Slalom de los JJOO de Sapporo, y de golpe me acordé de este día, de haber vivido con enorme emoción la retransmisión de TVE y de que precisamente esta temporada me marcó para siempre lo que sería mi vida profesional.

En los años 1969 y 1970 yo había realizado sendos cursillos de esquí en Val d’Isere a través de la organización UCPA. Al año siguiente decidí que lo que yo quería de verdad era trabajar en una Estación de esquí, para poder vivir la nieve de cerca. Un Club de Esquí de Barcelona que iba a organizar cursillos de esquí para escolares, me dieron la oportunidad de empezar una vida en Andorra. Me lié la manta a la cabeza y me fui a trabajar a Andorra sin saber demasiado que es lo que iba a hacer. Solo me interesaba estar lo más cerca de la nieve posible y esta gente me dieron la oportunidad de conseguirlo.

No hace falta decir que a pesar de que en los cursillos realizados con UCPA de Val d’Isere había mejorado mi nivel (yo ya esquiaba cuando me apunté al curso), estaba todavía muy lejos de tener un nivel de esquí lo suficientemente alto como para pretender profesionalizarme. Pero aquellos primeros días de Diciembre, con una Estación de Grau Roig casi acabada de inaugurar y por las fechas con muy poca gente (casi nadie esquiaba entonces antes de las Navidades) sirvieron para que alguien de la Escuela de Esquí viera que con algo de esfuerzo por mi parte podía dejar de ser un esquiador turista medio a ser un buen esquiador. Y me lanzó un reto: “tienes hasta Navidad para aprender a esquiar en serio, si lo consigues te quedas a trabajar de profesor” (colaborador se llamaba en aquella época).

Pasé 20 días de Diciembre esquiando todas las horas del día, desde que abrían la estación hasta que cerraban a las 17 hrs. Machacándome por las pistas y sobre todo por los fuera-pistas ya que era la forma en que mi nivel de esquí mejoraría sustancialmente.

Creo que lo recuerdo como los 20 días más duros de mi vida; ni la nieve, ni el tiempo, nada consiguió que un solo día dejara de esquiar (y de darme centenares de tortazos) para conseguir mi objetivo.

Pero como casi siempre el sacrificio y el esfuerzo te llevan a conseguir tu objetivo y llegaron las vacaciones de Navidad, empezaron a llegar los esquiadores y yo me estrenaba como “profesor” en la Estación de Grau Roig.

Como os podéis imaginar este invierno creo que no di ni una hora de clase que no fuera con niños y debutantes, era lo que le tocaba a un “colaborador”, pero me daba igual. Tenía muchas horas entre lunes y viernes que había muy pocas clases o no había ninguna y por lo tanto tenía mucho tiempo para esquiar y aprender.

Gente como Joan Miralles o Ferrán Piqué fueron mis primeros mentores que me llevaron de la mano y aprendí muchísimo de ellos, grandes profesionales que me enseñaron toda la técnica y todos los trucos para que despertara en mi la pasión por la enseñanza del esquí.

Al terminar la temporada tenía una cosa muy clara: esa era mi pasión, amaba la enseñanza del esquí. Todo el mundo sabe – o puede imaginar- que enseñar a esquiar no es pasarse el día esquiando por donde tú quieres, como quieres y disfrutando de las pistas. NO, ni por asomo. Cuando te dedicas a eso, hay días de mal tiempo, incluso de muy mal tiempo y tu llevas 4 horas de clase pero el alumno es su primera hora. Tu estas de aguantar el viento o la nevada hasta el moño, pero él acaba de salir de la cafetería calentito y quiere aprender aunque las condiciones no sean las más apropiadas.

Os aseguro que hay días que lo que menos te apetece es esquiar, pero los alumnos mandan y ellos sí que quieren. Aunque a veces desde fuera lo parece, los profesores de esquí no somos unos “piratas” que andamos por las pistas todo el día disfrutando, ser profesor de esquí es otra cosa. Tu obligación es crear las condiciones para que el alumno pueda aprovechar al máximo las horas que tiene por delante. Creedme, dar clases de esquí por mucho que lo parezca no es la panacea para esquiar a tope. Dar clases de esquí –igual que cualquier otra enseñanza- es duro y hay que tener vocación.

Y descubrí que la tenía, había descubierto que tenía vocación para la enseñanza. En contra de la opinión de mucha gente, familiares y amigos me decían que “esto está muy bien, pero verás como a final de temporada terminas hasta el gorro…” pues no, no terminé hasta el gorro, al contrario me encantó y decidí no sólo que iba a dedicarme a eso al 100% sino que además quería ser bueno en mi trabajo, lo mejor posible.

Me he dedicado a la enseñanza del esquí en una cuantas Estaciones de esquí después de Grau Roig, La Molina, Candanchú, Vallter, Les Angles, Tignes…. y siempre mi objetivo ha sido que mis alumnos aprendieran a esquiar lo mejor posible y que a la vez disfrutaran de la nieve y todo su entorno. No es a mí quien tiene que valorar si el objetivo ha sido alcanzado o no.

Hace ya bastantes años que dejé la enseñanza como actividad profesional, pero siempre he seguido vinculado profesionalmente a la nieve y esto me ha dado otra oportunidad extraordinaria. He conocido muchas Estaciones de esquí en el mundo, no sé exactamente cuántas, creo que alrededor de 75-80, desde Risoul-Vars en los Alpes del Sur hasta Wishtler en Canadá. Dolomiti en Italia o Sant Anton en Austria; casi todas las francesas, Les Trois Vallees, Alpe d’Huez, Chamonix….En alguna habré estado más de 30 veces (Tignes).  Hace algunos años empecé a guardarme los forfaits de las Estaciones que visitaba, pero las que había estado antes de que me entrara esa manía, no recuerdo cuantas fueron.

Y os aseguro que quedan muchas más por visitar. El mundo está lleno de Estaciones de esquí.

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